lunes, 16 de mayo de 2016

La dimensión de la cultura


Desde la dimensión cultural

Iniciar un nuevo proceso supone una nueva posición en la que alguna de las partes ha de tomar las riendas de la situación para reconducirla a parámetros que tiendan a escenarios más justos, estables y beneficiosos para el conjunto de los ciudadanos. Las riendas, sin más justificación que las del crecimiento geométrico de un potente sector económico, las ha llevado durante mucho tiempo el sector turístico.

 Naturalmente, a éste, le son achacables las consecuencias culturalmente negativas del impacto de flujos masivos de visitantes sobre territorios que, previamente, no disponían de estrategias culturales adecuadas a la nueva situación turística. También, es imputable al turismo una simple consideración mercantil del patrimonio, utilizado generalmente en su forma más superficial y espectacular.


En un balance de culpabilidades, quizás superfluo, parece obvia la responsabilidad del sector turístico tanto en el tratamiento banal de la cultura como en el olvido de potencialidades atractivas ubicadas más allá de sus polos de desarrollo preferentes. Sin embargo, podríamos decir aquí que también existe el pecado de omisión, ámbito en el que los gestores de la cultura deberían entonar su mea culpa. Ante una situación agresiva, institucionalizada por la agilidad de un sector privado potente y en expansión, la gestión cultural optó por encerrarse en sus cuarteles, defendiendo, casi exclusivamente, las banderas de la conservación y de la investigación.

 La difusión de la cultura, como ejercicio y responsabilidad, ha contado poco o muy poco en el contexto de una nueva dimensión social propiciada por el turismo de masas. Se abandonó un espació, amplísimo, de difusión y participación, orientado hacia ese visitante masivo aunque ocasional.

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